Aire impune que se ofrenda en el altar de la vida para ser crucificado por la experiencia humana. "Suave que me estás matando", pareciera que canta este poeta atípico, esta "rara avis" de los trópicos por adopción, mientras se expone y exhibe tan pudorosamente en su transgresora danza de palabras.
Nada en él permanece quieto. Maestro de los malabarismos chaqueteros, utiliza el verbo como imprescindible ametralladora para tomar por asalto el teclado y los papeles. Arropado en su irreverencia, en su perverso sentido lúdico, aborda el día a día como un pirata travieso. Para Ernesto, la vida es juego; un juego de Gemelos que siempre empieza con la palabra. En su interior habita un volcán que escupe indiscriminadamente un magma de ideas por demás insólitas e insolentes, un impulso incontenible de lava mental y vital, un hermoso vómito de material ígneo al que da forma y sentido el joyero preciosista que también le habita. Porque Ernesto no es uno, es muchos.
En ocasiones, su verso adquiere un contoneo de vientre masculino, notas y gestos de un eros rítmico y esquivo que evoca su tendencia a lo performático: odalisco que se abisma en el mórbido pozo de una desnudez a dos velocidades. Porque pese a la tendencia innata de mostrarse, hay en él un puritano que lo reprende y reprime. Sus poemas son, por ello, el testimonio de una danza en solitario, un entramado donde los silencios – cómplices natos – resultan imprescindibles para comprender la totalidad de su personal cosmogonía.
De lo que dice, percibimos en su canto el resabio de la ironía, su desgarbada belleza. Arlequín, aparente bufón, contempla sus mundos desde una estilizada ventana mental. Goza, se entrega al desenfreno de un hedonismo medido, para después afligirse. Siempre dual, en ocasiones contradictorio, encuentra en la risa consuelo y salvación. Apasionado cazador, persigue nubes y poemas y cuerpos al azar... Lo suyo es sin duda el eterno movimiento, la acción en pos de algo, de alguien, el desgarro de las blandas formas vaporosas que se cruzan por su cielo, ya sea mental o terrenal, para ser diseccionadas en el frío acero de la reflexión.
Hijo del aire, inasible, le aburre lo cotidiano, los entornos políticos y los correctos. Huye de la estética de las masas y de sus preceptos. Nació para encarnar el verbo, para envolvernos en un manto sutil e inquietante de palabras. Hechicero y mago, Houdini verbal del trópico, Ernesto ha creado su particular universo "a modo" en el más volátil y etéreo territorio de la poesía.
Enamorado de lo absurdo, surreal, personaje invisible en la obra de la Varo, es el aire que circunda sus laberintos, soplo irreverente de palabras, doloroso aliento de un eros transmutado en ordenada caligrafía.
Rodrigo Caso
Artista Plástico
Ciudad de México
Noviembre de 2011
Algo que puedo corroborar es que ciertamente a Ernesto le aburre lo cotidiano, creo que no solo le aburre, huye de ello. Respecto a que le aburran los correctos, no lo sé, más bien creo que es pragmático y muchas de las actitudes que la sociedad ve como pautas a seguir, él las encuentra absurdas. Finalmente, no logré encontrar alguna línea que hablara de la ligerez que tiene su escritura y pensamiento al no querer convencer a nadie de sus ideales, al no verse envuelto en la tentación de imponer su punto de vista.
ResponderEliminar